Hace más de dos mil años, la antigua Roma enseñaba en escuelas de oratoria el arte de hablar en público de forma persuasiva. Todo ciudadano de clase media-alta debía pasar por ahí y dominar esta cualidad, muy necesaria en juicios para establecer una defensa ante un jurado, en funerales, para recordar al ilustre difunto en un discurso panegírico y, principalmente, en el discurso político, frente al senado. El ejemplo más conocido acaso sea la serie de discursos de Cicerón contra el noble Catilina, en los que Cicerón expone ante sus compatriotas la conspiración con la que Catilina pretendía asesinarlo a él y a otros miembros del Senado.

En el siglo XXI, con el imperio de la tecnología de la información y las comunicaciones en ciernes, parecería que la utilidad del discurso oral ya no es la misma.  Sin embargo, no hay nada más alejado de la realidad, puesto que las cualidades de un buen orador son útiles en todo contexto y más aún en el entorno laboral, en el que el arte de la persuasión sigue siendo un componente primordial para las relaciones interpersonales. Van aquí algunas claves para poner en práctica y mejorar las capacidades oratorias.

  • Teatralidad: La oratoria es esencialmente teatral. Factores como el lenguaje corporal, la forma en la que se ocupa el espacio con el cuerpo, la manera en que las pausas llenan el auditorio y causan incertidumbre en los asistentes contribuyen al convencimiento y a la exposición clara de una idea. Tal y como si se tratase de un actor representando una obra planificada, pensada y ensayada.
  • Energía: Un orador aburrido y desganado pierde todo poder persuasivo. La energía y la vitalidad al hablar en público son fundamentales. Se supone que nuestro discurso es importante tanto para nosotros como para el que nos escucha. Por eso, esa importancia debe ser expresada con el cuerpo para ser transmitida y contagiada con éxito.
  • Identificación y empatía: Cuando Cicerón abre la primer Catilinaria, sus primeras palabras quedaron en la historia: ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? Maestro de la oratoria, Cicerón se incluye en el auditorio, generando una identificación inmediata. Como en toda representación, las personas que deben ser movidas por nuestro discurso tienen que verse reflejadas en nuestras palabras, adentrarse en ellas y convencerse hasta el punto tal de tomarlas como propias.
  • La ética importa: desde la Institutio Oratoria de Marco Fabio Quintiliano, el tratado de retórica más completo del mundo antiguo, hasta Stephen Lucas, autor de “El arte de hablar bien en público”, un factor clave determina al buen orador público: la capacidad de responsabilizarse por el discurso que tan elocuentemente se está planteando. Mentir en una entrevista de trabajo o en una presentación ante los clientes no se condice con las capacidades de un buen orador puesto que un auditorio que detecta la mentira anula cualquier posibilidad de persuasión. Un buen orador hace valer sus poderosas verdades, aunque fuesen más humildes, antes que grandilocuentes mentiras.