Por Andrea Ávila, CEO de Randstad para Argentina y Uruguay

Cada día nuevos estudios, encuestas y análisis sobre el futuro del trabajo se suman como combustible del debate abierto que busca predecir la tasa de reemplazo de los humanos en la fuerza de trabajo. Algunos arrojan resultados más optimistas y otros menos.

Seamos o no optimistas respecto de este proceso, a fin de cuentas se trata de un futuro que nos tiene como protagonistas, y por tanto debemos ser parte de la definición y construcción de ese porvenir. Como sociedad no debemos perder de vista el objetivo de construir un futuro que nos incluya a todos, tal como plantea la agenda de la 2030 con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Y el momento de poner manos a la obra es ahora. Porque estamos frente a una verdadera revolución en la que los cambios tienen una magnitud, profundidad y velocidad nunca antes vista, habida cuenta que no se trata solo del impacto de las nuevas tecnologías, sino también de las nuevas generaciones. Esa combinación explosiva entre nuevas tecnologías y cambios sociales es la que está dando forma al nuevo contrato social del mundo del trabajo del futuro.

La automatización, la globalización y el envejecimiento de la fuerza laboral son solo algunos de los factores que agitan el debate público y la preocupación por el futuro del trabajo. Factores que avanzan y nos ponen frente al desafío de gestionar la transición y abrazar la innovación para fomentar el crecimiento económico, pero garantizando a la vez el trabajo decente, un salario justo y una seguridad social adecuada.

La evolución de estos factores está recibiendo una gran atención pública y si bien los temores de pérdida de empleos a manos de los robots y de la inteligencia artificial (AI) son comprensibles y acaparan gran parte de esa atención, debajo de ese debate subyace una cuestión aún más crucial para la empleabilidad de las personas, que tiene que ver con la certeza de que los trabajos del futuro no serán los mismos de hoy.

Es que aun cuando las predicciones más optimistas proyectan un crecimiento del empleo total como producto del avance de la tecnología y la digitalización, todo indica –y en esto sí hay un consenso global casi unánime-, que muchos trabajadores se enfrentarán con la pérdida de empleo como resultado directo de la automatización y deberán formarse para reinsertarse en el mercado laboral.

Como dato que da cuenta del enorme desafío que tenemos por delante, la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) estima que el 65% de los niños que actualmente están en pre-escolar terminarán haciendo un trabajo que aún no existe.

La naturaleza cambiante de los trabajos ha sido una característica permanente de las oleadas de progreso tecnológico del pasado y, en última instancia, dará lugar a la aparición de nuevos tipos de trabajo, que a su vez requerirán habilidades nuevas y diferentes.

Si bien la creciente demanda de habilidades STEM (por sus siglas en inglés de Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) y de habilidades digitales básicas es bien conocida, también vemos un aumento en la demanda de habilidades blandas, producto de un trabajo que se vuelve cada vez más colaborativo, interdependiente e interdisciplinario.

Estamos dejando atrás una era en la que la formación se estructuraba en un determinado período y a una determinada edad, para que luego, con lo aprendido, la persona desarrollara su profesión por el resto de su vida.

Sin lugar a dudas debemos reconvertir nuestros sistemas educativos para que puedan ser capaces de preparar a las personas para los trabajos del siglo XXI, pero, necesitamos además crear alianzas público-privadas que permitan conectar el mundo del trabajo con el de la educación, para asegurar que la empleabilidad sea un componente clave de los sistemas educativos.

Pero más importante aún, habida cuenta que la velocidad del cambio hace que la vida media de las habilidades hoy en día no supere los 5 años, es que las personas adopten rápidamente un modelo de aprendizaje permanente a cualquier edad. Solo así podremos generar oportunidades de aprendizaje para apoyar a los trabajadores en sus carreras y ayudarlos a realizar una transición segura a nuevos empleos.

Nuestro mayor desafío es hacer que la transición hacia el futuro sea beneficiosa para todos. Esto significa adoptar la tecnología, pero sin perder de vista el factor humano. La tecnología debe utilizarse de manera ética y justa para que las personas puedan conseguir los trabajos que aman y los empleadores el talento que necesitan.

Columna de Opinión publicada en la edición de Agosto de 2019 de la Revista Mercado.