El ego es identificado comúnmente como el amor excesivo por uno mismo. Cuando se dice que alguien “tiene un gran ego” en general se está haciendo referencia a connotaciones negativas, asociadas a la soberbia o la pedantería. Sin embargo, el ego entraña algunas aristas que es necesario develar para conocer el fenómeno en profundidad.

Steven Smith y David Marcum escribieron, después de una investigación de casi diez años, un libro llamado egonomics: ¿Qué hace del ego nuestro mayor activo? Allí, Smith y Marcum brindan  algunas claves para entender qué es y para qué sirve el ego, dando por tierra con algunas  concepciones arraigadas culturalmente. En primera medida, es necesario separarlo de la ambición  y del deseo de tener éxito. Una ambición enorme combinada con un ego saludable puede derivar en grandes logros, mientras que esa misma ambición en combinación con un ego desmedido puede llevarnos al fracaso por exceso de confianza en nosotros mismos o porque ignoramos los consejos de otros. 

Según los autores, el ego es el factor invisible detrás de una parte de las ganancias y las pérdidas de toda empresa. Tal es así que su costo puede calcularse, llegando en muchos casos a representar entre el 6% y el 15% de las ganancias anuales. El ego es uno de los factores  determinantes de los resultados negativos, pero pocos lo ven. Muchas organizaciones  prefieren  discutir sobre números, capacidades de liderazgo o trabajo en equipo, mientras que el ego permanece allí, escondido.

Existen indicios que permiten identificar la presencia de egos que traen efectos nocivos para las  organizaciones. Estar a la defensiva, compararse con los demás, buscar aceptación del entorno,  presumir de un talento superior o vanagloriarse de la propia inteligencia, son señales de un ego  desmedido que, a su vez, puede derivar en otros efectos no deseados. La necesidad de rivalizar  con los compañeros de trabajo y de “derrotarlos” o considerar que nunca merecemos perder, son apenas algunas de las actitudes nocivas que afectan el clima laboral y las relaciones de trabajo.

Sin embargo, la innovadora visión de Marcum y Smith reside en que existe una forma positiva del ego. Lejos de ser ese ego que crece para aplastar a los demás, el ego positivo que destacan  muestra una verdadera confianza basada en una fuerte relación con la humildad. En efecto, mientras que siempre se consideró que la humildad y el ego eran opuestos, Marcum y Smith explican que el verdadero opuesto del ego es la ausencia total de confianza en uno mismo. La falta de confianza les otorga el control de nuestra  autoestima a los demás, hace imprescindibles su aprobación y aceptación, y nuestras decisiones y acciones terminan siendo complacientes con la visión de los demás. 

La humildad, en este sentido, es “el equilibrio del ego”. Pasándonos de este equilibrio, las  fortalezas de nuestro ego se transforman en un símbolo de nuestra falta o nuestro exceso  de  confianza: una voluntad de hierro puede convertirse en una personalidad inflexible y dura, el valor puede convertirse en imprudencia y la pasión en posesión. 

A partir de las ideas de Marcum y Smith, podemos replantear muchos preconceptos sobre el valor y el significado del ego. Por ejemplo, considerar la humildad como un eje de equilibrio nos permite dejar de pensar en el ego como una reivindicación de nuestra superioridad, o como algo  únicamente negativo, para empezar a considerarlo una suerte de magneto, que según el ángulo en que lo coloquemos, atraerá factores negativos o positivos. 

Encontrando el equilibrio podemos asegurarnos de que nuestro ego se dirigirá hacia la producción de beneficios, mientras que si lo que predomina es el ego desmedido, podremos estar seguros de que aplicará toda su influencia invisible para llevarnos a la generación de pérdidas significativas.