Del latín "cras" (mañana), procrastinar es dejar para mañana lo que uno podría (y debería) hacer hoy. Todos fuimos procrastinadores, o lo somos de vez en cuando, acaso cuando las tareas urgentes son demasiadas, cuando no podemos jerarquizarlas, o cuando simplemente no hay motivación para realizarlas.

Las enormes listas de trabajos o deberes pendientes contra los pequeños placeres inmediatos: un video de YouTube, las noticias deportivas, un chat, el celular. El imperio del procrastinador es una constante postergación de actividades y responsabilidades en pos de distracciones o actividades más placenteras que aquellas que, lamentablemente, tienen que hacerse.

¿Cuál es el motivo de esta actitud? Hay varias interpretaciones. El científico Piers Steel, que ha estudiado el fenómeno durante décadas, considera que en la postergación se articulan tres factores: la valoración de las necesidades inmediatas por sobre las actividades a largo plazo, la confianza que tenemos de que alcanzaremos los objetivos, y el placer que produce la tarea. Combatir la procrastinación, según esta escuela de pensamiento, es priorizar el placer que nos produce el trabajo y los proyectos a largo plazo por encima de la inmediatez, la distracción y la irrelevancia de otras actividades. Por otra parte, otros aseguran que la procrastinación está relacionada esencialmente con la cultura de estímulos constantes y múltiples a los que el siglo XXI nos está acostumbrando. Los constantes sonidos de las notificaciones, Internet en la palma de la mano y la facilidad para acceder a películas, música o lecturas con un solo clic fomentan las distracciones que interrumpen nuestro trabajo. La solución, en este caso, estaría dada por autolimitarnos, disciplinarnos para optimizar el tiempo de trabajo y utilizar el tiempo de ocio sin culpas y en plena libertad.

Cuando la pila de tareas postergadas es demasiado abultada, la persona puede experimentar culpa, estrés, o incluso depresión, ya que entre esas responsabilidades pueden hallarse decisiones importantes para la carrera o el trabajo. En casos extremos, el peso de las tareas acumuladas puede fomentar la inmovilidad y la falta de respuesta ante la urgencia.

Sin embargo, estas interpretaciones nos dicen que la procrastinación es mala, sinónimo de irresponsabilidad, vagancia, ansiedad o un perfeccionismo perjudicial. Pero, ¿y si no lo fuera? Según Katrhin Passig y Sascha Lobo, autores de “Mañana también está bien”, la procrastinación es una defensa contra una sociedad hostil, un medio positivo para defenderse de los ataques contemporáneos de la urgencia, la híper-productividad y la competencia. Su libro aborda el problema de la procrastinación desde un punto de vista positivo y brinda consejos para “procastinar serenamente”, sin ningún tipo de culpa.

Sea lo correcto o no, todos procrastinamos, en la medida en que jerarquizamos deber y placer según las propias necesidades. Una procrastinación eterna siempre nos tendrá ansiosos, navegando en Internet o sumergidos en interminables conversaciones de whatsapp sin poder evitar esa enorme cantidad de tareas postergadas. Priorizar todas las tareas relevantes y aburridas por sobre las divertidas puede ser muy organizado, pero también puede darnos la sensación de que la vida se nos va en las cosas que no queremos hacer.

¿Existe acaso un equilibrio, una “procrastinación responsable”? Tal vez sí. Diversas teorías sostienen que la procrastinación, lejos de ser un perjuicio, es una realidad más que, antes que eliminar, es necesario gestionar.